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  • A trav s de la figura del

    2019-04-28

    A través de la figura del marxista argentino Aníbal Ponce, en el número inicial de la revista, Oscar Terán presentó unas breves reflexiones sobre el exilio. Imposibilitado de tematizar la nación por su adscripción al universo discursivo de la tradición intelectual liberal-positivista de la llamada “generación del’ 80”, el Ponce de Terán recién encontrará en su exilio en México de mediados de los años treinta “[…] los rostros hasta ese momento ciegos de la nacionalidad”. Mariátegui, decía Terán, ya había realizado esa misma operación durante su destierro en Europa, donde descubrió el país americano en el que hasta entonces había vivido “casi extraño y ausente”. En el subtexto de estas consideraciones se deja adivinar una idea del exilio como privilegio epistemológico; vale decir, como aquella experiencia que faculta una dislocación en la mirada, permitiendo ver lo que antes se encontraba oscurecido. No obstante, Terán sabía muy bien que la suya no era más que una noción parcializada y que, en tanto tal, se negaba mg115 la universalización. Por eso, advertía que cualquier tentativa de elaborar una taxonomía del destierro “[…] descubrirá que éste no posee una forma cristalizada y única, sino que se organiza según figuras arborescentes sujetas a determinaciones novedosas”. Aunque desde un ángulo distinto al de Terán, también Ulanovsky y Terragno postularon la idea de exilio como privilegio: mientras el primero sostuvo que el exilio coadyuvaba a producir nuevas inquietudes al tiempo que convertía a los desterrados en mejores personas y destacados profesionales, el segundo sugirió que se trataba de un privilegio de las clases medias “[…] construido con aquellos que merodeamos por la cultura y buscamos –también en el exilio– el prestigio”. Con la respuesta inscrita en la propia pregunta, Terragno se interrogaba: La idea de exilio como contracara necesaria de la derrota fue consumada por Schmucler. En “La Argentina de adentro y la Argentina de afuera” sostuvo que la situación exiliar arropaba dos tentaciones: por un lado, la construcción de un país imaginario al que el exiliado retornaría sólo cuando aquel exista; por el otro, la cristalización del país en el momento en que se le dejó. Para afrontar este dilema, se preguntaba: “¿Cómo se implica nuestra subjetividad para pensar la Argentina de adentro desde esta otra Argentina de fuera que construimos? ¿Cómo evitar que marchen paralelamente, es decir que nunca se toquen?” Schmucler encontró la respuesta en lo que llamó “una política del compromiso” que se expresaba en la “responsabilidad del yo”, esto es, en la necesidad de reconocerse como actores responsables de la situación que los había llevado al exilio. Sin ninguna clase de ambigüedad, decía: Finalmente, Rozitchner trabajó la figura del exiliado como ser de excepción. Desde Caracas, proclamó que “[…] todo exiliado es un ser gratificado, el que participa de una nueva posibilidad que le fue abierta como crédito inesperado: el haber eliminado la presencia mortal de la represión. Ser de excepción, pese a Cytoplasmic inheritance todo trance que el desagrado o la falta de éxito le presente en la nueva situación”. La reflexión sobre el destierro fue concebida como una oportunidad para indagar en las relaciones entre psicoanálisis y política. Se trató de un intento por prolongar la teoría freudiana al campo de la política, rompiendo con la inscripción “liberal” que restringía el psicoanálisis a la cura individual. Para ello, no bastaba con ser psicoanalista y también político, sino que había que devenir en psicoanalista político. Para Rozitchner, la diáspora proporcionaba la posibilidad de averiguar por qué los sujetos políticos de los años setenta —entre los que se incluía— produjeron una fantasía y una idealidad sobre la materialidad de las fuerzas históricas. Y también, de advertir por qué el terror fue negado y excluido en lugar de ser concebido como fundamento de una política real. Si el exilio fue concebido como un refugio, como “[…] la contraparte del encierro, de la amenaza de tortura y del terror a la muerte”, es porque allí se excluyó el terror que seguía amenazando al país que se dejó. La situación exiliar aparece entonces como posibilidad de elaboración de una crítica del delirio y la ilusión, de la fantasía que produjo omnipotencia, narcisismo y subestimación del enemigo. El fracaso político, entendido como la incapacidad de transformar lo ideal en real, abrió paso a lo siniestro. No es que el terror no haya estado antes, sino que la apreciación fantaseada de lo real lo había desplazado fuera de la vista: “Lo que lo siniestro revela es lo que estaba oculto como delirio reprimido.”Denegado el terror, ese lugar fue ocupado por la fantasía y el delirio, interpretados siempre en términos sociales y no meramente individuales. Amarrada a la experiencia del destierro, la derrota también permitía develar aquello que se encontraba oculto, en el sentido de que ella “[…] siempre, en algún nivel, será el triunfo anterior de la ilusión y el delirio, de la fantasía que se distanció de lo real y no pudo preverlo en su verdad”. La aceptación del exilio y la derrota podían conjurar un sendero que desbaratase la fantasía: “El equivalente del éxito en la cura con el paciente es, en política, la destrucción de la fantasía y de la idealidad que permita por fin reconstruir lo deseado en la materialidad de sus fuerzas históricas, venciendo los obstáculos reales —las fuerzas— que se oponían a ella.”